Pinturas de John Frederick Lewis
Los cuentos son para mi como la fresca brisa de mar que inunda lenta y suavemente nuestra frente para dejarle un beso de luz eterna.Los cuentos son mis favoritos los escucho desde niña,claro que en aquel entonces eran aún mas hermosos o por lo menos yo así los sentía, ya que venían adornados con la voz de mi abuelo,una voz cálida y misteriosa,como aquel que sabe la ubicación de un tesoro y solo a ti quiere decírtelo,¡y pobre de él!,despertaba tanto mi curiosidad que se los hacía repetir cientos de veces sin cansarme de escucharle ninguna, ya que sentía encontrar cada vez algo nuevo y más interesante,meterme en esos mundos era facinante,una aventura con principio pero sin final,así pues sin piedad en el afán de saber siempre más y más, solía mover su brazo cuando cansado de hablar tanto comenzaba a pestañar cautivado por el sueño y clavando mis ojos en él decía:_ ¿Y luego que pasó?sigue contándome..._y el pobre sonreía abriendo los ojos lentamente diciendo:_"Y Cenicienta se probó el zapatito de cristal y le calzaba perfectamente"_decía así,mientras me mostraba en el pequeño libro,compendio de cuentos,la imagen grabada que acompañaba bien su relato.
Mi abuelo ya partió a esos lugares donde la luna no se oculta jamás,el libro aun lo tengo y hoy deseo compartir con ustedes uno de los cuentos que hacen de éste libro mi mejor amigo entre los libros.
El Persa verídico
Había en Persia un hombre tan honrado y tan bueno que todos los que le conocían le llamaban santo.Siendo muchacho todavía, quiso instruirse y aprenderla ciencia del bien. Tenían a la sazón los árabes fama de poseer muchos y buenos sabios, y él se propuso llegar hasta ellos, deseoso de imitarlos.Su madre aprobó el proyecto, le dio ochenta piezas de plata, y le dijo:
–Este es todo el dinero que tengo. La mitad te
pertenece; pero la otra mitad, que es de tu hermano
menor, debes devolvérsela con los intereses correspondientes.
Convino en ello el buen muchacho persa; la madre entonces le fue cosiendo las monedas en el interior de
la ropa, para que pudiera llevarlas con más facilidad sin perderlas, y terminada esta operación, le dijo:
–Prométeme ahora no decir jamás una mentira.
–Te lo prometo, madre.
–Pues bien; que Dios vaya contigo, como va mi
bendición–añadió la madre conmovida.
Y se despidió de él para siempre.
El muchacho, que se llamaba Abdul Kadir, emprendió su viaje y anduvo
días y días con dirección a la Arabia. Se asoció después a otros
viajeros para pasar juntos por los sitios de mayor peligro, y caminando
así dieron un día con un grupo de bandidos árabes. Los detuvieron y les robaron el dinero y
joyas que llevaban en sus equipajes. El muchacho persa no llevaba más bultos que su botella de agua,
y nadie sospechaba siquiera que llevase dinero.
Mientras los bandidos despojaban a los demás viajeros,el jefe de la partida, que montaba un hermoso
caballo, llamó al pequeño persa y se puso a bromear con él.
–¿Qué dinero llevas?–le preguntó.
–Ochenta monedas de plata–dijo con resolución
el muchacho.
El árabe se rió creyendo que también se bromeaba
el chico, y le pidió la bolsa.
–No la tengo–dijo el persa.–Las monedas
están cosidas en mi ropa.
Le registró entonces el jefe de los bandidos, y se convenció de que el muchacho decía la verdad.
–¿Cómo has declarado que llevabas ese dinero,
cuando iba tan bien escondido?
–Porque prometí decir siempre la verdad.
–¿A quién lo prometiste?
–A mi madre.
–¡Ah!–exclamó entonces conmovido el árabe.
–¡Tú,niño aun, y en la más apurada situación, obedeces el mandato de tu madre ausente, y nosotros olvidamos el mandato de nuestro Dios!
Después, dirigiéndose al pequeño persa, le dijo:
–¡Dame esa mano honrada, muchacho, que quiero
salvarte en pago de la lección que me acabas de
dar!
Volvió con él hacia donde estaban los demás ladrones,
les contó el caso, y les anunció su propósito de respetar
el dinero del persa verídico.
Ellos aprobaron la resolución del capitán, diciéndole:
–Eres nuestro jefe en el robo, y debes serlo también
en las acciones generosas y justas.
El jefe devolvió el dinero al muchacho persa, y le
llevó de nuevo al camino que había de seguir.
(Cuento persa)
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