Cual suele el blanco cisne, que en el vado
De Meandro se ve cercano a muerte.
Cantar, sabiendo que le llama el hado;
Así, sin esperanza de moverte,
Mi canto ronco y débil voz levanto
Contra aquel Dios que fuerza a endurecerte.
Y poco importa que se pierda el canto,
Que pues la honra y fama se ha perdido,
Piérdase todo y muéstrese mi llanto.
Cierto estás de partir y persuadido
A me dejar, y que unos vientos lleven
Tus naves y la fe que diste a Dido.
Cierto estás en que, así como se mueven
Las anclas de tu flota, se remueva
Tu fe y promesas que guardarse deben.
Cierto estás de buscar provincia nueva.
Digo el ítalo reino que tú ignoras,
Sin que Gartago a ti quedar te mueva.
Estas frescas murallas triunfadoras
No te incitan a amarme, ni aprovecha
Darte un cetro y esta alma donde moras.
Huyes ciudad que está poblada y hecha
Búscasla por hacer, buscas mis daños,
Buscas tierra, porque ésta te es estrecha
Hallándola después de algunos años,
¿Quién te la ha de entregar? ¿qué habitadores
Sus campos han de dar a unos extraños?
Por fuerza has de tener otros amores
Otra Dido, otra fe que tú quebrantes,
Otros halagos y actos fingidores.
¿Cuándo será que otra ciudad levantes
Semejante a Cartago, y puesto en alto,
Tus gentes mires cómo están triunfantes?
Demos que así suceda, sin que falto
Tu gusto quede en cuanto pretendieres y
Y goces tu ciudad sin sobresalto
¿Cómo podrás hallar adonde fueres
Mujer que te ame como te amo y quiero,
Pues excedo en amar a las mujeres?
Ardo cual arde el pino o el madero
Que es de licor o azufre mixturado,
O como incienso puesto en mi brasero.
Traigo en mis ojos siempre retratado
A Eneas, y en el alma está esculpido
De noche y día el nombre de mi amado.
Mas él me es sordo y mal agradecido,
Del cual huir debiera la presencia.
Si quedado me hubiese algún sentido.
Y no porque yo piense en esta ausencia
Algún mal de él en cólera me inflamo;
Ni para odiarle se me da licencia.
Que mientras más me quejo y más exclamo
En medio de esta rabia y pasión fiera,
Más ardo, más le adoro, más le amo.
Perdona, diosa Venus, a tu nuera;
Da, Cupido, un abrazo al que es tu hermano;
Hazle soldado tuyo y que me quiera.
A amarle comencé, de ello me ufano;
Haz con él, pues tan grande es tu pujanza,
Que cebe con su amor mi amor insano.
Mas yo me engaño, que la semejanza
Que con su madre tiene es aparente,
Y alma más dura que su madre alcanza.
Los robles duros, las encinas viejas
Tus padres son; tu pecho una serpiente.
O este mar te engendró que por mis quejas
“Ves que con vientos rápidos se altera,
Y tú por él me huyes y te alejas.
Poema de Ovidio
No hay comentarios:
Publicar un comentario