Hoy,un cuento mas que acabo de extraer de mi libro de cuentos de cuando era aun una infante,cuando la voz omnipresente de mi abuelo me llevaba de la mano dulcemente a esos mundos donde la risa es eterna,donde el final siempre es un nuevo comienzo,donde el adiós se convierte en hola,donde las palabras son siempre besos y donde la luna no se oculta jamas.
Un pobre
limosnero iba arrastrándose de casa en casa. Llevaba en la mano unas
alforjas muy viejas, y en cada puerta pedía una limosnita para comprar
algo con que alimentarse. Quejandose de su suerte, el infeliz preguntaba
por que los ricos nunca estaban satisfechos y siempre deseaban mas.
-Aquí- Decía- vive el dueño de esta casa. Lo conozco bien. Tenia un
comercio importante y se hizo ha mucho tiempo maravillosamente rico. Si
hubiera dejado entonces a otra persona
sus negocios, habría podido vivir en paz todo el resto de sus años.
Pero, ¿que hizo? Pues construyo buques y los envió a traficar con
países extraños, para enriquecerse mas. Pero en el mar se formaron
tempestades, sus buques naufragaron y las olas se tragaron todas sus
riquezas. Sus esperanzas están ahora en el fondo del océano, y los
tesoros se desvanecieron como los sueños de una noche.
Y estos casos-prosiguió el pordiosero- son numerosisimos.
En cuanto a mi, si tuviese no m,as que lo necesario para comer y vestir, me creería dichoso.
En aquel momento pasaba la Fortuna por la calle. Vio al pordiosero y se
detuvo. _ Escucha _ le dijo_ , hace tiempo que deseo ayudarte. Abre
tus alforjas, y sostenlas para recibir el oro que voy a regalarte. Pero
esto ha des ser con una condición.
Todo la que vaya a parar a las alforjas sera oro; mas cada moneda que caiga al suelo se convertirá en polvo.
¿Estas enterado?
Tan satisfecho estaba el pobre que no pudo contenerse. Abrió sus
alforjas y en seguida cayó en ellas un torrente de oro. El Zurrón
comenzo a pesar de un modo excesivo.
-¿Basta ya?- pregunto la Fortuna.
-Todavía no.
-¿No temes que revienten tus alforjas?
-No hay temor alguno.
Las manos del pordiosero empezaron a temblar. ¡Ay, que no durase siempre aquel rió de oro.!
-Eres el hombre mas rico del mundo.
-Un poquito mas_ exclamo el mendigo_. Otro puñadito.
Hay demasiado. Podrían desgarrarse tus alforjas.
-¡Un poquito mas, nada mas que un poquito!
Cayó otra moneda, y las alforjas reventaron. El tesoro vino a tierra, convirtiéndose inmediatamente en polvo.
La fortuna desapareció, y el pordiosero se quedo solo con sus alforjas desgarradas. Estaba tan pobre como antes.
Imagenes tomadas de la web
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